
A los diecinueve
tenía una novia, Silvia,
que estudiaba entre otras cosas
la viola en el conservatorio.
Por esa época yo tocaba
un poco el violoncello
(porque había en casa; mi padre es cellista)
así que cuando ella finalmente
cambió de instrumento,
me decidí a comprársela.
Estudié dos años con el maestro Enry Balestro
artista de gran generosidad
e infatigable buen humor
que me regalaba clases magistrales
los lunes, de tres a quién sabe qué hora.

El me mostró las transcripciones para viola
de las suites de Bach para cello
y me las recetó, las seis, como práctica diaria
para toda la vida.
Todavía hoy, que no estudio nada
a veces las intento
y me maravillo de esos universos
matemáticos y emocionales
que nunca se terminan de develar
y esa abismal melancolía
y lo futurista, y lo abstracto...
Qué mágico es cuando uno
entra en ese 3D