
Eduardo Isaac Terán murió ayer
con esa expresión de curiosidad y de asombro
que se le dibujaba siempre en la cara
cuando un nuevo panorama
se ofrecía a su discernimiento.
Niño salvaje
adolescente de orfanato
joven músico
hombre de bondad heroica.
Infatigable
en la persecución de la risa
(si se pudieran medir las carcajadas
con alguna medida
las que él ha producido
tendrían cifras astronómicas)
El artífice ha partido
pero se ha encargado de dejarnos
enormes provisiones
de su energía legendaria
y esa leyenda, que ha sido su vida
la llevamos desde hoy como bálsamo
y como precioso mapa de viaje.
Soy su hijo, y mi herencia
es secreta e invaluable:
sólo puedo decir
que el legado de Eduardo
tiene proporciones
de tesoro mítico.
